Estamos viviendo tiempos convulsos ante los que no hay recetas seguras ni medidas permanentes. Pareciera que nuestra realidad habitual se estuviera desmoronando y, con ella, los criterios de decisión, las soluciones, las opciones. Lo que valía ayer no vale hoy; lo que se creía seguro, ya no lo es. Todo se cuestiona y se vuelve a cuestionar. Las redes sociales rompen barreras de todo tipo; el individuo se ve confrontado a mucha más información de la que es capaz de asimilar. ¿Dónde se encuentra el ser humano en este vaivén de protagonistas y situaciones? Algunos se aferran a lo que les ha valido hasta ahora; otros se reinventan y buscan alternativas, opciones, posibles escenarios futuros. El resto espera resignado e incrédulo a que esta tormenta pase.
En estas y similares circunstancias, ¿qué nos mantiene en pie?, ¿cómo vencemos el sentimiento de frustración y desánimo?, ¿de qué manera se logra el equilibrio en nuestra vida y nos llenamos de energía?
Gestionar las emociones de modo efectivo, con libertad e integridad, cobra mayor importancia si cabe en estos momentos. Nos permite sacar a la luz los pensamientos que sustentan lo que sentimos, cuestionar su validez, elegir la respuesta que mejor se acople a nuestros valores y metas a largo plazo, canalizar nuestra forma de expresarnos con mayor claridad.
Según Fred Kofman, el primer paso para gestionar las emociones satisfactoriamente es ampliar la perspectiva y mirar como testigo las propias emociones. Es tomar conciencia de lo que está pasando en uno mismo sin juzgar ni engancharse de forma automática. Supone hacer más grande el espacio de observación y recoger o “abrazar” dentro las emociones que vayan apareciendo.
Esto nos lleva al segundo paso, que sería -según Kofman- aceptar lo que sintamos sin censurarlo, reprimirlo, juzgarlo o negarlo. La aceptación implica dejar de relegar lo que nos hace parecer menos correctos, éticos, sanos o bondadosos. Todo aquello que nos avergüenza y no deseamos mostrar también requiere ser aceptado para que podamos comportarnos con confianza y sinceridad y no sean las emociones las que nos “secuestren”. Nuestras emociones son grandes oportunidades de conocernos y aceptarlas sin catalogarlas en “buenas” o “malas” nos permite abordar los pensamientos que las sustentan.
El tercer paso es, precisamente, aprender a regular los instintos y dirigir la energía emocional según los objetivos y valores personales. Implica ser consciente de los impulsos automáticos, distanciarse y elegir la respuesta que consideremos mejor, sin sentirnos arrastrados. Es un ejercicio de voluntad, motivación personal y libre albedrío, que nos eleva por encima de las reacciones automáticas.
El cuarto paso consiste en validar los pensamientos que sustentan las emociones que nos llegan. Aplicar la racionalidad es fructífero cuando hemos aceptado previamente las emociones, sin enjuiciarlas o rechazarlas. Muchos pensamientos o creencias tienen una base poco sólida; pueden ser distorsiones de la realidad que, lejos de ayudarnos, nos generan insatisfacción e inseguridad. Analizar la consistencia de estas creencias con ayuda de un coach sirve para liberar toda esa energía o emoción estancada que nos ha hecho sufrir o, en su caso, ayuda a potenciar los pensamientos que nos dan bienestar y clarifican nuestro estado emocional.
Las preguntas del coach van encaminadas a completar este proceso de dominio emocional, que consiste en canalizar de forma íntegra y consciente los pensamientos, sentimientos y emociones personales. Supone elegir la manera de expresarse ante uno mismo y los demás, siendo conscientes de los cuatro pasos anteriores: toma de conciencia, aceptación de todas las emociones, regulación de los instintos y análisis de los pensamientos que generan lo que sentimos.
Danos tu opinión!